Columna de Opinión: “Entre matinales y burbujas: por qué necesitamos medios que reflejen la realidad, no que la inventen”
Jonathan Cárcamo Gómez
Concejal de Punta Arenas
Siempre me ha inquietado la frase “así es Chile”. La usan como escudo, como excusa para justificar actitudes, posturas o comportamientos que, en realidad, no convienen a nadie. Pero si hay un campo donde no debemos aceptar esa resignación, ese “así somos y no la podemos cambiar”, es en el de la información. La manera en que nos cuentan el mundo —qué nos muestran, qué nos ocultan, cómo nos narran la realidad— moldea la percepción social, la agenda pública y, en última instancia, la calidad de nuestra democracia. Cuando los medios se convierten en amplificadores de miedo, polarización o desinformación, lo que realmente está en juego es la verdad.
El reciente estudio del Consejo Nacional de Televisión (CNTV) es un golpe de realidad. Según su reporte, en los matinales y noticiarios de televisión abierta más del 60% del tiempo se dedica a noticias policiales y políticas, con un énfasis particularmente fuerte en casos de delito o corrupción, mientras otros temas de interés social quedan relegados o invisibilizados. CNTV Este fenómeno no es menor: no solo condiciona la agenda pública, sino que fabrica la sensación de inseguridad y crisis permanente —aun cuando las estadísticas objetivas muestran que muchos de esos delitos no han aumentado en proporción similar a su cobertura—. La televisión, que supuestamente informa, termina anclando la percepción de miedo y alarma en la ciudadanía.
La lógica sensacionalista no es nueva. La llamada prensa amarilla —titulares llamativos y exagerados para captar atención, pero sin contexto sólido— ha sido parte de la cultura mediática global durante décadas. Wikipedia Pero hoy no se trata solo de “amarillismo”: se trata de la selección parcial de temas y la construcción de narrativas que favorecen la polarización y desorientan más que informan. Peor aún, muchos matinales revirtieron esta tendencia justo después de las elecciones presidenciales: cuando se necesitaba generar sensación de crisis para influir en el clima público, la cobertura fue copiosa; cuando ya pasó la coyuntura electoral, “misteriosamente” desapareció. Esta práctica no es casualidad, es estrategia editorial.
Ese control mediático tradicional tiene consecuencias profundas. La desinformación, sea por omisión o exageración, fragiliza la confianza ciudadana. Para muchos, la televisión abierta sigue siendo la principal fuente de información —especialmente entre adultos mayores— y esto crea lo que algunos estudios y análisis llaman “cámaras de eco”: sectores enteros consumen versiones infladas de la realidad y reaccionan en consecuencia, mientras que otros que buscan información independiente lo hacen en nichos digitales, generando burbujas informativas difíciles de cruzar. El País
En contraste, el auge de los medios independientes —como portales digitales, radios comunitarias o periódicos alternativos— demuestra que es posible ofrecer información con un enfoque más riguroso, contextualizado y menos condicionado por intereses comerciales o políticos. Estos medios no son perfectos y tampoco están exentos de sesgos, pero su pluralidad y cercanía con realidades diversas fortalecen el ecosistema informativo. Su rol es vital: no solo amplifican voces que suelen invisibilizarse, sino que también obligan a los medios tradicionales a competir por credibilidad.
El fenómeno de las fake news no es ajeno a Chile, y el propio CNTV ha generado informes bibliográficos sobre la desinformación y sus efectos en la opinión pública, destacando la necesidad de desarrollar herramientas efectivas para combatirla. CNTV La respuesta no está en la censura —que sería un contrasentido en una democracia— sino en fortalecer la alfabetización mediática: educar para que las personas sepan distinguir entre información confiable y narrativa diseñada para manipular, entre hechos verificados y espectáculo.
Si queremos una sociedad cohesionada, respetuosa y verdaderamente democrática, necesitamos medios que reflejen la complejidad de la realidad, no que la simplifiquen en titulares alarmistas. Necesitamos pluralismo informativo, respeto por la evidencia y un compromiso claro con la verdad. La confianza no se reconstruye con tramos de pantalla sensacionalistas, sino con contenidos que informen, expliquen y enriquezcan el debate público.
La televisión, los grandes diarios y las plataformas de alto alcance tienen una enorme responsabilidad. Pero también la ciudadanía: tenemos el deber de exigir, verificar y contrastar. Porque una sociedad bien informada es, antes que nada, una sociedad libre.

